miércoles, 14 de diciembre de 2011

Una historia de las muchas que hay.

Tengo 42 años, once hijos vivos y soy trabajadora sexual. Quienes conocen mi profesión dicen que soy la "antiputa": no tengo vicios, hablo poco de sexo y mucho de mis chiquillos. 
Además, soy consejera, pues muchos clientes pagan solo para que los escuche. Es cansado volver a casa con la cabeza llena de problemas.
Y es que como a la mayorióa de mis compañeras, me falta extravancia y un nombre exótico, pero me sobran conflictos como madre, hija y vecina. 
Empecé a prostitirme desde niña. Aunque atendí a mi primer cliente a los treinta y ocho años, por mucho tiempo acepté que mis parejas me mantuvieran. Desde pequeña, los hombres marcaron mi vida a golpes. Mi primer embarazo fue fruto de una violación, aún así mi padre me culpó y me obligó a juntarme con el abusador cuando tenía doce años. 
Dependí de los hombres hasta que me abandonaron. Intenté llevarle el sustento a mis hijos trabajando en otras cosas, pero los bajos sueldos y el exceso de trabajo me obligaron a prostituirme. 
Por un tiempo, logré ocultarles a mis hijos mi verdadero oficio. El día que se enteraron se me vino el mundo encima. La poca autoridad que tenía murió.
Soy tan normal como el resto de las madres, incluso los quiero más que algunas señoras que aparentan ser muy refinadas.
A pesar de que algunos de mis hijos son drogodependientes, le agradezco a Dios que estén conmigo. A muchas de mis compañeras se los quitan. No las juzgo, ser prostituta es más que fingir un orgasmo, pero es mi trabajo. Aunque me sienta mal nunca falto a la esquina, solo cuando tengo la menstruación. Los domingos me quedo con mis hijos, a menos de que no tengamos nada para comer. 
El dinero no es seguro, puede que pase todo un día y no haya ni un solo cliente... o que haya pero yo no lo acepte. Es mejor perder 2000 € antes que dejar de usar el preservativo, no puedo arriesgarme a que me peguen alguna enfermedad. 
En la calle me cogen desprotegida, pero ahí me siento dueña de mi misma: yo elijo cuánto cobrar. 
Elegir es importante. No pedí ser mujer, madre, ni trabajadora sexual... pero decidí sacrificar todo por mis hijos. Anque a veces me siento sola, prefiero aguantarme antes que juntarme con alguien que les pueda hacer daño.

http://www.youtube.com/watch?v=ZivK8PmxPWQ&ob=av3n

martes, 6 de diciembre de 2011

El oficio más antiguo de la historia.

Hay diversidad de opiniones acerca del colectivo de la prostitución. A lo largo de la historia no ha sido diferente. Dicen que es el oficio más antiguo pues desde el comienzo de la existencia de los seres vivos se han sucedido diversas maneras de prostituirse. 
Antiguamente, no solo las personas ofrecían estos servicios si no que además, en el reino animal también pueden encontrarse seres que a cambio de comida practiquen el acto sexual. 
Actualmente se desconoce el concepto de prostitución religiosa, muy común antiguamente.
Hay escritos que dicen que la prostitución religiosa comienza en Sumeria. Existieron historiadores que documentaron la existencia en Babilonia de la obligación para todas las mujeres, al menos una vez en su vida, de acudir al santuario de Militta para practicar sexo con un extranjero como muestra de hospitalidad, a cambio de un pago simbólico. 

En Sevilla durante los siglos XVI, XVII eran muy frecuentes las mancebías, lo que hoy se conoce como "prostíbulos". Se relacionaban con gente de mal vivir y para aquellos con poderío económico y una buena posición en el status social, "las mancebías y deshonradas que trabajaban allí desestabilizaban la tranquilidad del vecindario"
¿Y quiénes eran sus supuestos clientes? Todos aquellos forasteros y campesinos que en los días que no trabajaban "sus cuerpos hacen trabajar a sus tristes almas" .
Sin embargo, la única verdad es que no importaba el status social de cada persona, cualquiera podía ser cliente de un servicio de prostitución, y lo eran. Las cantoneras acudían a casa de los clientes o atendían en sus propios hogares. La clientela más abudante para ellas eran los hijos de buenas familias que se pasaban el día holgazaneando y las noches en compañía de mujeres. 

Más adelante, ya no sólo eran forasteras o "mujeres de mala vida" las que ejercían este trabajo si no que cada vez más mujeres de los pueblos acudían a las mancebías a ganarse la vida si no les llegaba el dinero que había en casa. Es decir, ellas decidían por voluntad propia dedicarse a la prostitución.